LA PRÁCTICA CÁTARA
Una gran búsqueda inquieta hoy a la humanidad. Millones de personas realizan prácticas espirituales en busca de la felicidad, en busca de la paz, en busca de más abundancia (generalmente material y económica), en busca de poner fin a sus problemas, en busca de tener éxito en la vida… Se busca y se busca, sin parar. Pero, ¿por qué se busca; aquí y allá, y más allá, y otro curso más, y otra terapia, y otro maestro…? ¿Por qué?
Porque no se encuentra.
¿Y quién busca? Busca quien siente que le falta algo. Busca quien ha perdido algo. El verbo buscar ya en sí mismo presupone haber perdido. Y así es: hemos perdido algo, y ese “algo” lo buscamos y buscamos, y practicamos y practicamos para hallarlo, incansablemente.
Según el catarismo, el alma, al descender a este mundo, perdió el recuerdo de su vida en los cielos. Pero no por completo, pues el ser humano, en cierta manera, aún recuerda que en algún otro lugar y en otro tiempo fue feliz, estaba tranquilo, sosegado… Queda un vago recuerdo de otra vida, y esa vida perdida es la que estamos buscando.
Se trata pues de una gran búsqueda. La búsqueda eterna que ya mencionó Cristo, la de “vivir en la Tierra como en los cielos”.
La diferencia entre la práctica cátara y otras prácticas es: el lugar al que conduce el camino, el cielo al que se llega.
Muchas prácticas persiguen un estado placentero, de bienestar, de alegría, de amor…; pero si se pregunta: ¿y a dónde te llevará tu práctica, cuál será el final de tu camino? Pocos podrían contestar. No saben adónde les están conduciendo. Solo practican y practican, pero el lugar al que llegarán queda como un misterio. Se desconoce no solo el final, sino la misma ruta que se está tomando.
Un día conocí a una buscadora que SÍ sabía cuál era el final de su camino práctico. Ella quería alcanzar el Nirvana. Lo definía como un estado de quietud absoluta, de paz, de no pensamiento: “la cabeza vacía, sin ningún ruido allí dentro”.
Su maestro espiritual le había enseñado durante años decenas de prácticas para alcanzar dicho Nirvana, él lo llamaba: el infinito o la eternidad. Este “guía” aseguraba vivir allí. Había alcanzado tal estado y como maestro conducía a otros hasta este “místico” lugar. La buscadora, como alumna tozuda, se esmeró y esmeró, y lo consiguió. Un día, en una meditación llegó hasta allí, y lo relata de la siguiente manera: “me pareció grandioso, no había pensamientos ni emociones, era como un vacío inmenso, no había nada, nada. Ni colores ni gente ni edificios ni ruidos… no había nada. Ningún sonido en la cabeza. Solo un espacio inmenso de un color parecido al violeta. Nada más, solo había violeta”.
En aquel momento le pareció el paraíso, sobre todo porque allí no pensaba ni sentía nada, había alcanzado la quietud absoluta, su anhelado Nirvana. Y pasó el tiempo, y cada vez alcanzaba con más facilidad este estado en sus meditaciones… Subía al “infinito” cuando quería. Y poco a poco, se quedó a vivir allí.
Pasaron los años… y de repente, como tras un largo sueño, se despertó y comprendió algo: “estoy sola, no hay nadie a mi alrededor, no puedo amar a nadie estando aquí, no hay nadie en este lugar… estoy como muerta. ¿Acaso la muerte se diferencia en algo de este estado?”. Entonces quiso salir de allí, pero ya no le fue tan fácil. No encontraba la puerta de retorno.
Han pasado cuatro años desde que alcanzó su Nirvana y ahora cuenta: “De verdad no había nada. Era vacío. Nunca volvería allí. Es la muerte. ¿Cómo querría volver a un sitio donde no hay nada: no hay ni una señal de vida?… Absoluto vacío”.
En verdad, en un principio el “infinito” le pareció grandioso porque había alcanzado la experiencia de no tener pensamientos ni emociones molestas, y esto en algo puede parecer muy esperanzador. El alma, de verdad, busca cómo liberarse del cuerpo, estar más lejos de la cárcel de las emociones y pensamientos. Busca vivir “en la Tierra como en los cielos”. Pero se hace imprescindible conocer el lugar al que llegará el final de nuestro camino: si será una cámara vacía, si será un lugar violeta sin límites, sin nadie alrededor, o aún peor, si solo habrá gritos y desesperación.
La práctica cátara conoce perfectamente el objetivo de su camino y el lugar al que conduce: el CORAZÓN ESPIRITUAL, y el objetivo: ABRIRLO. Y…, ¿por qué el corazón, por qué allí, qué puede haber allí dentro? ¿Acaso no será de nuevo un vacío, una sala sin nada, un color violeta o rosa y nada más; o acaso estará el amor, como algunos dicen de modo abstracto? ¿Qué puede haber en él?
Es maravilloso encontrar testimonios de personas que han podido entrar a allí.
En Colombia, es conocido el caso de una mujer que en una experiencia cercana a la muerte dijo haber entrado en el corazón de Cristo. “Entré allí como por unas puertas y detrás de las puertas vi un país maravilloso lleno de hierba verde fresca, agua por todos sitios, seres luminosos, flores aromáticas, todo estaba iluminado con hermosísimas tonalidades de colores, caminaban gentes vestidas con prendas preciosas…”. En el corazón de Cristo había VIDA. Ningún vacío.
Juan de San Grial tuvo el gran honor de entrar a su propio corazón acompañado de la mano de la Reina Celestial y…, ¿sabéis lo que había allí? No era una cámara sin más. Allí había ríos, montañas, flores, árboles, había animales inimaginables, de ojos bondadosísimos… Había una arquitectura fabulosa de castillos, palacios bellísimos, jardines fragantes… HABÍA VIDA. ¡¡¡VI-DA!!!
¿Por qué cuándo llegamos al catarismo todos los que estamos aquí tenemos esta sensación?: ¡Por fin, ya está, ya he encontrado, ya no necesito seguir buscando y buscando… ya he llegado! Preguntad a cada uno de nosotros y siempre escucharéis la misma respuesta: “Yo ya no sigo buscando, he encontrado”. Y ¿a quién? podríais seguir preguntándonos. Y todos, sin duda alguna, contestaríamos: a la MADRE CELESTE.
Ella no vive allá, lejos, en algún lugar de las alturas. Los cielos ni siquiera están en los cielos. Los cielos tienen una puerta de entrada, que tampoco está en los cielos. Esa puerta está aquí, en la Tierra. Y está bastante cerca, en TU CORAZÓN ESPIRITUAL. Pero este está cerrado.
Hoy en día, más que nunca, urge abrir el corazón, abrir sus puertas con llaves doradas. No con cualquier llave se abren las puertas. Las del corazón, requieren llaves de oro utilizadas a lo largo de los siglos por las espiritualidades auténticas: catarismo, zoroastrismo, bogomilismo…
Los cátaros rezamos, nos abluimos, bailamos, cantamos, hacemos ejercicios sinrítmicos que ayudan a la salud física… Mas no rezamos oraciones escritas en papeles caducos, sino las dictadas por el corazón. Bailamos no con el cuerpo, sino con el corazón y sus alas. Cantamos no con la voz física, sino con la voz del corazón… Los cátaros estamos vivos, vivos solo porque el corazón continuamente derrama vida.
Los cátaros conocen perfectamente el final del camino, el objetivo y la trayectoria sin trampas del camino. Para vencer los pensamientos, emociones, miedos, obsesiones, complejos… no hace falta ir a un vacío donde no sentirás dolor, pero donde tampoco habrá nadie y donde con nadie compartirás nada. Para vencer lo malo hay que rodearse de personas que ya lo han vencido, personas que tienen abierto el corazón espiritual: pues en él no hay nada malo, él no piensa, él no tiene pasiones, él no se altera… Allí está el Templo de la verdadera Paz, y el verdadero rostro de nuestra Madre. Allí se vive “en la Tierra como en los cielos”.