Humanismo

Algunas personas nos preguntan: ¿Por qué hablar de Catarismo en una época como la actual? En nuestras calles, colegios, hospitales, despachos de intelectuales, empresarios… por todos lados está empezando a dominar una nueva era postbiológica, tecnológica o transhumana. Pero, ¿qué es esto? Se trata de un movimiento consciente de deshumanización con cada vez más fuerza.

Se rechazaron la consciencia, los inicios sublimes, nobles y arquetípicos del hombre, y ¿en qué se convierte el ser humano? Esta emergente mentalidad se fomenta en la consideración del hombre como un fracaso, se considera que nuestra especie fracasó en su proceso de evolución y desarrollo, tanto biológico como cultural, y por tanto, que la condición real del hombre es, literalmente, ‘miserable, sesgada y asfixiante’.

Y esta es la triste forma en la que sin darnos cuenta nos miramos unos a otros, siempre viendo el peor rasgo del prójimo. Considerando a Fulanito inútil, a Fulanita tontita, al otro un aprovechado… Y así, un largo etcétera que en definitiva se traduce en un menosprecio al valor del hombre, en una incapacidad de ver lo que realmente se esconde en los demás, convirtiendo al otro en un enemigo del que hay que prevenirse, en un cero con signo negativo.

Y de esta manera, casi sin darnos cuenta, el mundo se va edificando en la individualidad donde uno solamente puede confiar en uno mismo o si acaso en su ‘fiel amigo’ Google. Desde este punto de vista, cada persona tiene la obligación de ser autosuficiente, empoderado, independiente, omnisapiente, y si no es así, es un individuo mediocre. La individualidad elitista, tecnología y misantropía son los tres rasgos del nuevo paradigma postbiológico que quiere establecerse.

Y es por esto, que ¡el Humanismo solar Cátaro, al estilo de León Tolstoi, está más de actualidad que ninguna otra cosa!

¿Cómo se puede crear una sociedad en la que los valores universales, y no leyes frías, rijan nuestras vidas y relaciones? ¿Cómo se puede vivir en comunidades, familias, amistades construyendo un auténtico concilio donde cada miembro es transcendentalmente importante? ¿Qué puede dar el impulso para buscar actuar siempre con el bien? O sencillamente, y realmente la base de todo lo anterior, ¿cómo se puede amar de verdad?

Para amar a la gente, verla tal y como es, se tiene que caer la venda de la exterioridad que obstaculiza nuestra vista. Los Cátaros consideraban a cada persona de la Tierra el templo increado de la Divinidad. No que el Dios está en algún lugar lejos e inaccesible para el hombre, sino que la plenitud de la Divinidad habita escondida, como en un campo de concentración pequeño, en el interior de cada persona. Y he aquí el estatuto cátaro y de la espiritualidad universal: ver a Dios y ver al prójimo es lo mismo.

Pero ¿cómo se puede ver al hombre auténtico, más allá del ser exterior? Aquí entra en juego el camino espiritual interior, ya que sólo se puede ver al hombre real, el ser teohumano no manifestado, con los propios ojos de la Divinidad. Un pequeño ejemplo: los indígenas americanos al llegar los conquistadores los veían como Dioses, seres perfectos sin mal, ¿porqué? Por qué ellos mismos no conocían el mal, en ellos esto no existía y por tanto eran incapaces de verlo en los demás.

¿Y cómo, si por primera vez lo ves, despertarlo y ayudar al otro a manifestarlo? Otra vez, a través de la purificación y el camino interior, acumular el amor divino. Ya que el amor del cielo, puro y virginal (los cátaros le llaman Minné), es la incisión que hace que ese potencial divino estalle y resplandezca, es la fuente de la catarsis purificante, del conocimiento de uno mismo, de la liberación del mal. El amor Minné salva, cura y entrega la vida eterna.

Si cada uno de nosotros asimilará en lo interior esta profunda visión del hombre, si pudiéramos ver al ser humano con los ojos puros y divinos, se terminarían las guerras y se establecería la paz eterna, desaparecería la necesidad de la civilización tecnocrática, desaparecerían los miedos y malos pensamientos… Por qué ya no uno mismo, ni un Dios abstracto y ajeno, sino que cada alma de la Tierra sería nuestro último objetivo, hacer el bien y dar el amor a los demás: el sentido de nuestra existencia. Pero, ¡esto no es una idea utópica, en la edad media la civilización Cátara demostró que era real y posible!